Como
estudiantes de Medicina en la República Dominicana tenemos el privilegio de
vivir experiencias muy enriquecedoras, presenciando la “otra cara del mundo”,
la triste realidad que viven cientos de miles de personas en países como éste.
Con unas cifras alarmantes de pobreza, de población sin acceso adecuado a
servicios de salud y una inequidad social rampante, además de la Medicina que
se aprende en los libros y en el salón de clases, se aprende mucho en el campo,
interactuando con los pacientes en el hospital o incluso fuera de éste.
Una de las muchas
experiencias que tuve durante mi estadía en República Dominicana marcó un
momento importante en mi carrera. El suceso ocurrió hace más de un año y, desde
entonces, he reflexionado mucho sobre ese día y he aplicado lo allí aprendido,
en miras a lograr un impacto positivo en la relación con mis pacientes y,
finalmente y en consecuencia, en su salud y bienestar.

Divididos en
parejas, los estudiantes de Medicina nos encargábamos del examen físico y el
interrogatorio inicial a los pacientes. Entonces, una mujer haitiana se sienta
frente a mí y a mi compañera, nuestra querida Viviana Colón, de ODEM. Ante
nuestro saludo, abre los ojos grandemente y, en un gesto mezclado de temor y
timidez, dice que no, moviendo su cabeza de lado a lado y sin decir palabra
alguna. La dama, si acaso logró entender nuestro saludo en español, no sabía
responder. No hablaba español, el idioma de la tierra donde vive, sino francés
y creol, los idiomas oficiales de su país natal.
Los
organizadores del operativo, conociendo la población que se daría cita ese día,
consiguió varios traductores para nosotros. Llegó el traductor y a través de él
indagamos toda la información posible sobre el padecimiento de la paciente, le
dimos la orientación e instrucciones pertinentes y la enviamos a uno de los
especialistas que allí se encontraban, según su condición.

Los haitianos
en República Dominicana, como muchas otras minorías alrededor del mundo, han
sufrido y sufren muchísimas injusticias y son víctimas del racismo y de un
gobierno que falla en protegerlos. Saber, al menos, saludarlos en su idioma,
representa para ellos un gran gesto de simpatía y los hace liberarse, aunque
sea por un momento, de ese temor con el que muchos viven a diario. Este dato lo
corroboramos varias veces el resto del día y lo he corroborado desde entonces,
con otros pacientes haitianos o de ascendencia haitiana con quienes he tenido
la oportunidad de compartir y el privilegio de atender.
Entonces, en
el mundo en que vivimos, en el cual es tan frecuente la migración de personas y
en donde los países se nutren del aporte de individuos de diferentes
nacionalidades, culturas, creencias y costumbres, sería de gran valor que los
presentes y futuros profesionales de la salud hagamos un esfuerzo por lograr
pequeños cambios, como aprender un saludo en otro idioma, y apostar a que al
final el impacto positivo será mayor. Mejor aún, si se llegara a dominar ese
otro idioma, se podría eliminar al traductor, que en nuestro caso no tenía
conocimientos en Medicina, y así asegurar que estamos recibiendo la información
correcta y completa que los pacientes quieren llevarnos y la que nosotros
queremos comunicarle a ellos.
¿Qué les
parece, compañeros? ¿De acuerdo o en desacuerdo? ¿Alguno ha tenido una
experiencia similar? ¿Cómo les ha ido con pacientes que hablan otro idioma? ¿Alguna
vez han sido pacientes en un país donde no se hable su idioma? ¿Comentarios?
¿Sugerencias?
Josué Devarié González
Miembro Activo ODEM-SCOME
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